Los ferrys hacia Liberty Island salen desde Battery Park, el extremo sur de la isla.
Estas esculturas metálicas enBattery Park me gustaron muchísimo. He descubierto que me atrae mucho la escultura, sobretodo si es algo nuevo y diferente. Estas simulaban estar hechas con piezas de puzzle, y además toda su superficie es ondulada. No pude resistir tocarlas :D
Y desde Battery Park se divisa a lo lejos nuestro destino: Liberty Island. (Por cierto, aquí el City Pass nos ahorró una cola de un par de horas como mínimo).
La estatua de la libertad se hizo muy famosa por ser lo primero que veían los inmigrantes que llegaban a la ciudad, ya que las oficinas de aduanas e inmigración estaban en la vecina Ellis Island. Así que la estatua se convirtió en un icono de la hospitalidad de la ciudad, y por extensión, de todo el país, pues los deportados eran un número muy pequeño de los que solicitaban entrar.
Liberty Island es una isla pequeña que sólo tiene la estatua en su centro (colocada en un pedestal enorme), un parque que rodea la estatua y un restaurante donde se come bastante mal. Si además es un día gris que se transforma en gris plomizo con amenaza de tormenta, comer en la terraza es tooooda una odisea... Pero allí estábamos, disfrutando de todo lo cerca que puedes tener a ese icono mundialmente conocido.
La estatua es verde porque es de cobre, y este metal en contacto con el oxígeno acaba tomando ese color. La estatua tardó alrededor de 30 años en volverse completamente verde.
Liberty Island, además de mostrarte de cerca la estatua, te ofrece unas increíbles vistas de los rascacielos de Manhattan.
Y puedo decir que (casi) nunca voy a un viaje sin paraguas y chubasqueros. Éste fue la excepción, y es la primera vez que nos han hecho falta de verdad. ¡Menuda tromba de agua! Lo peor cayó cuando estábamos esperando el ferry de vuelta bajo techo, pero los de delante nuestro (que no habían cabido en el ferry anterior) se pusieron calados de verdad. En serio, literalmente era como estar debajo de una ducha, y así estuvieron unos 10 minutos totalmente parados. ¡Pobres! Al subir al ferry nos mojamos bastante, pero como nos dijo un chico que nos apremiaba para subir al ferry, "señores es sólo agua, no les va a pasar nada, no es tóxico".
El ferry hacía una segunda parada en Ellis Island, que es patrimonio de la humanidad. Nos habría gustado ir, pero aunque ya no llovía como antes, nosotros íbamos destemplados y mojados, y no llevábamos ni una triste chaqueta. Y es que algo hay que dejarse sin ver para poder volver...
Nada más llegar a Manhattan, cogimos autobús y directos al hotel, sólo faltaba pillar un resfriado. Así que tampoco vimos Wall Street, otra razón para volver.
Y cómo no, Murphy siempre ataca. Al día siguiente, otro día gris plomizo en el que fuimos al Metropolitan Museum, compré un paraguas plegable por 1,25$. Y por supuesto, ya no hizo falta en el resto del viaje, ni siquiera llegué a abrirlo. Ley de Murphy. Estoy segura de que si no lo hubiese comprado, me habría hecho falta. :D
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