
Y eso que NUNCA he estado en ellas, pero me apasionan. De bien pequeña mi padre me levantaba para ver el encierro, y yo saltaba de la cama a verlo entusiasmada. Pasó lo mismo con mi hermano, y ahí estábamos los tres viendo el encierro a las 8 de la mañana, cuando ya teníamos vacaciones escolares.
Este año comencé viéndolo en Cuatro, y el primer día se dedicaron a comentar el encierro en directo diciendo lindezas del tipo "uy uy uy ese mozo qué voltereta" y demás. Supongo que alguien les dijo, con gran acierto, que se callasen, porque el encierro hay que verlo en silencio, con el sonido de los toros golpeando el suelo al principio, y el jaleo de los mozos y mozas después en sus carreras.
Y precisamente fue en Pamplona donde descubrí que soy antitaurina al ver un cartel de un joven con banderillas en la espalda y echando sangre por la boca. Sí, a pesar de que entiendo a los que les gusta el arte taurino, considero que no se debe torturar a un toro y formar de ello un espectáculo. Mi tío-abuelo Julián fue un gran apasionado de los toros y no puedo dejar de recordar tantas tardes de toros vistas con él en la TV. A veces es complicado conciliar tus creencias y tus recuerdos de infancia.
Y a pesar de todo esto (o gracias a esto) me entusiasman los encierros porque lo considero justo: seis toros y seis cabestros corriendo, y los mozos "armados" con un periódico doblado. El toro tiene sus más de 500 kilos y unos cuernos letales; el hombre su velocidad y su inteligencia para zafarse del peligro.
Sigo siendo puntual a mi cita con los encierros cada año, y mi hermano lo es pero en la propia Pamplona (no falla el fin de semana desde hace tres o cuatro años). Y me gusta verlos en silencio, con el respeto que merecen.
Así que hoy canto con toda Pamplona: pobre de mi.